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Esta noción coincide en relevar aspectos como permanencia temporal, obtención de bienes
materiales y el uso de la violencia. Del mismo modo lo sostienen Giménez-Salinas y De la Corte
al señalar que se trata de delitos con las condiciones de tener, primero, un nivel de planificación y,
segundo, la participación conjunta de varios individuos (2010, p. 19). Estos mismos autores indican
que para medir la extensión del crimen organizado se deben analizar tres aspectos: la cantidad de
grupos organizados (sus rasgos, recursos), los mercados ilegales (o legales) de donde se benefician
y las actividades instrumentales que realizan para sus negocios (como la corrupción y la violencia).
En efecto, el concepto admitido en este trabajo aplicado a la realidad chilena, es concebir el crimen
organizado sobre la base de ciertas características: primero, son organizaciones que tienen una
existencia continua y colectiva en el tiempo; segundo, grupos que operan racionalmente
persiguiendo maximizar sus beneficios, ya sean económicos u otro bien de orden material, es decir,
el tipo de estructura de negocios tal cual lo demostró Gambetta en su clásico libro sobre la mafia
(2007); en tercer lugar, que de modo preferente, pero no exclusivo, son grupos que utilizan la fuerza
y/o la amenaza del uso de la fuerza para existir y asegurar su porvenir; y finalmente, algo muy
distintivo de otras organizaciones que podrían compartir estos supuestos, es que desarrollan o
favorecen la corrupción, la debilidad y el desorden gubernamental (quebrantando la
institucionalidad del Estado y el mismo Estado de derecho) con el fin de mantener la impunidad.
Sobre la base de esta conceptualización integradora, es decir, 1) participación de un grupo de
individuos 2) sostenida en el tiempo que 3) operan racionalmente para lograr bienes materiales, 4)
que utilizan la fuerza y la violencia y 5) son capaces de quebrantar la institucionalidad pública; se
aplica el análisis del proceso transformador que vive Chile y su creciente crisis de seguridad.
Ahora bien, antes de abordar el análisis, hay un factor que sigue siendo problemático en la
literatura especializada: la relación entre terrorismo y crimen organizado. Cuestión esencial para
estudiar la presencia y actuación de ambas actividades en la realidad chilena. Giménez-Salinas y
De la Corte (2010) señalan que hay una semejanza básica entre ellos: ambos tipos de organización
usan métodos similares, pero han evolucionado, lo central es distinguir su actividad principal, ello
permite diferenciar al grupo terrorista Euskadi Ta Askatasuna (ETA) del grupo ex Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) mafia, el primero de carácter terrorista, el segundo
de carácter organización criminal. Para el primero, el terrorismo se aplica como un método de
coacción social, similar a lo realizado por los grupos insurgentes chilenos, generando publicidad e
impacto emocional en la comunidad, cuya finalidad es política. En el caso del segundo, su finalidad